No recuerdo con certeza sus metros cuadrados
ni si alguna vez anidaron allí las mariposas,
pero a ratos puedo escuchar con claridad
un grillo indolente y fugitivo
que se apropiaba de todos sus rincones.
¿Recordarán las casas a sus moradores?
¿Se arrancará mi sombra en noches de insomnio
a recoger los sueños que dejé allí abandonados?
¿Conservará todavía la cerradura
la clave de mis huellas digitales?
¿Extrañarán los geranios nuestras
tertulias filosóficas de los domingos?
Aún persisten en mi memoria
los primeros rayos de sol
intentando entrar sin permiso
por las persianas de mi cuarto.
Y todavía puedo
sentir ese aroma
a pan tostado
que venía a quebrantar
mi pereza voluntariosa
de las mañanas de invierno.
Elena M. Ovalle

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